por Salvador Carrillo
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Las personas con TLP muchas veces caen en un estado de profunda desesperanza. Un hoyo negro que les succiona toda la vida. Es un paso más allá de las crisis. Podríamos decir que es la gran crisis. Un lugar profundamente solitario y doloroso en donde la vida parece haber perdido todo sentido, que se basa la impresión de que no se tiene lo que se requiere para confrontar la vida y que no hay nadie que nos pueda o quiera ayudar. Es común encontrar a una persona en el hoyo tras un largo periodo de sufrimiento emocional, tras una ruptura sentimental o un fracaso laboral.
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Debido al sesgo absolutista la persona tiende a evitar las cosas o a complicarlo todo. Y por ello, muchas veces, termina con la vida vacía. Sin proyectos, sin un desarrollo laboral, sin vínculos profundos, etc.
El principal eje de nuestra identidad es aquello que nos da sentido. Lo adecuado es que no sea una cosa sino muchas, ya que un ser humano tiene varios aspectos, no uno solo.
Aquello a lo que le encontramos sentido es un refugio. Nos da fuerza, esperanza y una motivación a cometer acciones y a tolerar la frustración. Es fundamental que una persona se abra a múltiples intereses. El problema es que la persona con TLP tiende a abandonarlo todo. Incluso puede llegar a preferir sentirse victima que a confrontar la vida. Muchas personas con TLP cometen acciones solo bajo el entusiasmo de la novedad, pero una vez que se tiene que desarrollar un verdadero compromiso y disciplina, lo dejan de lado.
Es común encontrarse con que muchas personas con TLP que solo le encuentran sentido a la vida en las relaciones de pareja, a las fiestas o en algún vicio (incluido a veces la adicción al trabajo). En el fondo solo desean algo que les de satisfacción instantánea.
La verdad es que nada que se reciba pasivamente le dará sentido a la vida. La vitalidad es energía y la energía requiere movimiento. Movimiento no solo físico, sino mental y relacional. Lanzarse a vivir no es lanzarse a la impulsividad. Aquello que verdaderamente nos vitaliza es en lo que profundizamos, en lo que realmente nos comprometemos a la larga, por aquello que estamos dispuestos a luchar y pasar dificultades.
La confianza que uno adquiere en uno mismo proviene de la lucha por vivir. Pero no hay lucha sino hay estresores, si no estoy dispuesto a tolerar frustraciones. La persona con TLP tiende a evadir la frustración. A penas se siente mal, quiere desaparecer ese malestar. Salir del hoyo implica aprender frustrarse, a ver más allá del presente, a tener constancia y disciplina. Un esfuerzo proactivo, difícil y retador. Evitar salir de la zona de confort (a veces echarse en la cama a sufrir puede ser esa zona de confort) solo ocasiona mayor sentimiento de debilidad, mayor desconfianza y una vida vacía.
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Aprender a estar con nuestras emociones, trabajar mediante el diálogo sano para que se superen los malentendidos y tener una actitud constante y proactiva con nuestros proyectos son la única manera de superar al hoyo, y de prevenir no caer en este. Estos elementos son muy difíciles para todas las personas y la vez fundamentales. Hay que ganarnos nuestra vitalidad.
No importa cuanto te amen los otros. No importa cuánto dinero te entreguen. Recibir es bueno. Pero también es necesario hacer, dar y dedicarse. El ser humano no solo es receptor, necesita ser creador de su propia vitalidad.
Nadie puede sacar a nadie del hoyo. La persona debe luchar por salir allí. Es la actitud activa que uno aprende a valorar, a tener un sentido de trascendencia y a tener valentía. Es la raíz que nos conduce a una mayor madurez mental y emocional.
La persona con TLP debe prohibirse a sí misma verse como una víctima o un ser frágil, sino como alguien que constantemente lucha por vivir plenamente. Y la principal lucha debe iniciar por salir a encontrarse con el mundo y de superar los esquemas absolutistas que nublan la mente.
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