Por Salvador Carrillo
Todos tenemos algo, o más que algo, de cólera con nuestra propia persona. Nos molestamos con nosotros mismos porque no nos defendimos suficientemente bien en cierta situación, porque destruimos con nuestro mala conducta una relación o porque no hemos logrado cierta meta. Eso es algo universal. Nada más común que estar molestos con nosotros mismos. Para muchos, esto es un mal. A penas escuchan la palabra “cólera” buscan un sacerdote para que les exorcice de esa emoción tan diabólica. En realidad, la cólera, molestia, ira, o como quieran llamarle, es algo normal, natural, es una de las emociones más básicas. “El problema no es la ira, sino la violencia”, le escuché decir alguna vez a Bernardo Stamateas. Repito: El problema no es la emoción de la ira, el estar molestos, sino la violencia. Debemos diferenciar emoción de acción y por supuesto, también de pensamiento. El pensamiento es algo relativo, por mi cabeza puede pasar cualquier dogma, incluso dogmas contradictorios entre sí, mis acciones son mis comportamientos y la emoción es lo que siento… mis sentimientos… sentimientos vienen de sentir. La emoción es una sensación física. Y una sensación física puede ser agradable o desagradable, pero no tiene categoría moral. La moral se aplica a la conducta, no a la emoción, pues la emoción, repito, es solo sensación. La ira, el estar molestos, es solo una emoción, una sensación, que no solo es válida sino necesaria.
La ira está conectada a poner límites. Cuando digo que me he molestado con alguien estoy diciendo que quiero ponerle límites. Molestarme conmigo mismo implica tener motivación a ponerme límites a mí mismo. Si soy alguien que cree que la ira es mala no solo no le pondré límites a los demás sino que me costará ponerme límites a mí mismo. Usted no tiene que hacer nada, solo limítese a permitirse sentir esa ira en su cuerpo, a sentir la emoción, la acción de tener mayor control sobre el comportamiento aparecerá. Para muchos será un proceso difícil, pero confíe: el secreto está en el sentir.
La ira excesiva con uno mismo es obviamente algo destructivo. Pero antes, piensa en la siguiente escena. Alguien hace algo que te parece incorrecto. Le expresas tu malestar y no te hace caso. Te molestas más y vuelves a expresar tu malestar, y peor aún te ignora. Llega un momento en que explotas. Eso, que es tan desesperante, lo hacemos con nosotros mismos. Sabemos que hay una serie de conductas que tenemos que dejar de hacer y otras que tenemos que comenzar hacer, pero no lo hacemos. Aparece una ira interna y la ignoramos, no la validamos, intentamos de taparla con distracciones. Entonces, esa ira crece. Cuando nos preguntan porque no hacemos lo que debemos hacer, decimos que no tenemos las energías suficientes. No nos damos cuenta que es de esa ira de donde sale la fuerza necesaria para cambiar el rumbo de nuestro comportamiento.
Por otra parte, tenemos iras del pasado. De eventos que sucedieron y no se pueden cambiar. Esa ira que es catalogada como rencor. Si tenemos rencor con alguien, ¿qué buscamos? Que escuche nuestro sentir, que comprenda que nos causó dolor, que valide nuestro sentir. Eso mismo debemos hacer con nosotros mismos. Es verdad, han sucedido momentos en que nos hemos fallado a nosotros mismos. ¿Entonces? Debemos escuchar nuestro dolor, permitirnos sentirnos. Échate en una cama, cierra los ojos y siente ese rencor a tu persona pasar por tu cuerpo. Dile que lo entiendes, que lo validas y comprendes. No pienses, siente. Como dice el gran Steven Hayes: “Sal de tu mente y entra en tu vida”.
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