Aprender a sentir
Por Salvador Carrillo
Las emociones son sensaciones corporales. Los pensamientos no son emociones. Los pensamientos están en relación con las emociones, y las emociones en relación con los pensamientos, pero uno es uno y el otro es el otro. De esta manera, la experiencia emocional no es fruto de una conclusión lógica. Las conclusiones lógicas pueden servir para cambiar nuestras creencias, lo que repercute en nuestras emociones. Pero, la experiencia emocional, en sí misma, es la vivencia de una sensación corporal.
Tradicionalmente se ha hecho mucho hincapié en el cambio de pensamiento, porque el individuo lo que busca es sentirse bien. Y como quiere sentirse bien todo el tiempo, piensa todo el tiempo. Y como ve que eso no le funciona, piensa aún más, llenándose así de una aún mayor angustia. Aunque es cierto que la modulación emocional también pasa por el análisis de creencias, no debemos reducir nuestro cometido a este aspecto. Es más, la modulación emocional es menos importante que el reconocimiento emocional.
Existe el mito de la imperturbabilidad. Creemos que si maduramos lo suficiente llegará un punto que nada te generará emociones negativas. Esto no es nada más, repito, que un mito. No podemos dejar de experimentar emociones negativas de la misma manera que no podemos dejar de experimentar frío, calor, hambre o sed. Las emociones incómodas no por ser incómodas dejan de ser necesarias. Pero, el individuo común le da mayor importancia a sentirse bien y deja de lado buscar darse cuenta qué está sintiendo en primer lugar.
El mundo está lleno de personas que no saben qué desean o para qué viven. Es comprensible, porque dichos problemas son producto de tener una baja introspección emocional. Si no sé qué emociones experimento va a ser muy difícil saber qué deseo o hacia donde me conduce mi fuerza vital. Habrá individuos que al leer esto dirán “pero si yo me siento molesto o deprimido todo el tiempo, ¿qué me dices de escuchar lo que siento?”. Esa una duda es comprensible. Hay niveles de sentir. La mayoría de personas se sienten mal y experimentan una emoción secundaria: la de sentirse mal por sentirse mal. Además, están experimentando ese malestar y a la vez luchando por suprimirlo. Y encima de eso, ello va acompañado de algún comportamiento impulsivo (notorio o poco evidente) que busca tapar lo que se está sintiendo. El detenerse a observar lo que se siente, con calma, realmente sentir la emoción, de manera abierta y compasiva, es una experiencia muy distinta de la forma en que el individuo suele vincularse con su emotividad. Cuando esta práctica se realiza de forma continua se hace evidente que hay muchas emociones traumáticas reprimidas y sentimientos poco evidentes que están marcando el destino diario.
La emoción necesita ser vista. Cuando éramos niños pequeños nos dolía que nuestros padres no validaran nuestros sentimientos. El sentarnos a sentir nuestras emociones incómodas y mentalmente decirles: “Aquí estoy, te presto atención, te valido”, es una experiencia transformadora. Somos un misterio para nosotros mismos. La realidad de quienes somos no se encuentra en nuestras creencias, porque toda creencia es relativa. Lo único sólido es la objetividad de la sensación. Debemos regresar al cuerpo, aceptar su expresión emocional y validarla. Esta es la puerta de ingreso al misterio de nuestra fuerza vital y de la evolución de nuestra manera de ser y estar en el mundo.
Comments