La voluntad profunda
- Salvador Carrillo
- hace 5 días
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Por Salvador Carrillo
@terapiacarrillo
Una palabra que suele ser bastante utilizada es “autoestima”. Es claro que tengo que saber quién soy o al menos tener cierta conexión de algún tipo con algo que es fundamental en mi interior para poder llegar a esa autoestima, esa estima de mi propio ser. También, autoestima habla de un observador que contempla algo separado de su ego y que está en su interior.
Ser uno mismo y la autoestima están de la mano. Si busco ser yo mismo en nombre de estimarme, es por la estima que me tengo que me permito ser. Y al revés también tiene sentido: la estima nace como una consecuencia de ser yo mismo; al permitirme ser, el afecto hacia mi propia persona florece.
De allí que en el ejercicio de estima, que estima del ejercicio de ser uno mismo, emerge el sentido de la vida. Si la vida solo vale en tanto que se logra una meta determinada, entonces el sentido de la vida siempre será una promesa a futuro. Por el contrario, si el sentido de la vida no se basa en la esperanza de la meta por ser cumplida, sino en cómo se vive, en los hábitos y procesos, entonces la vida tiene sentido momento a momento. Y claro está que, si el sentido de la vida reside no en qué se logra o consigue, sino en cómo se vive, ese cómo debe estar alineado a la luz de la autenticidad; a eso se le llama la congruencia.
El asunto clave entonces reside en la siguiente cuestión: ¿y cómo ser uno mismo? Es menester que nos cuestionemos sobre este asunto con serio detenimiento. El ejercicio de uno mismo necesita un criterio: ¿cuál será mi guía para ser yo? Algunos dirán lo que uno siente, pero las emociones son cambiantes y caprichosas. Otros dirán lo que uno piensa, pero a la mente se vienen pensamientos de todo tipo, muchos obsesivos e insanos. Otros dirán en la conducta que te dice cierta autoridad competente, como una religión o alguna persona que se admire, pero entonces no se puede decir que hay un estado de congruencia.
Dentro de las personas hay una voluntad profunda. La mejor manera de conectar con uno mismo empieza por hacer la difícil pregunta: ¿Qué deseo YO? El yo es central. El yo es lo opuesto del ego. El ego está constituido por las demandas ajenas, las expectativas sociales, por las etiquetas que los otros nos ponen. El yo es algo que se descubre, es nuestra verdadera naturaleza.
Es difícil saber qué se desea. Debemos recordar lo que nos enseña el maestro Erich Fromm en ¿Ser o tener? No se trata de qué obtengo: pareja, dinero, amor, estatus. Se trata de qué hago: del ejercicio de vivir, de amar, de trabajar, de hacer, de desarrollar vocaciones; no es lo mismo pintar que pintar para llegar a ser famoso; no es lo mismo desesperarse por encontrar pareja que disfrutar del proceso de conocer a alguien.
La pregunta ¿qué deseo YO? no se trata de qué puedo obtener, sino de qué deseo hacer. El ser está en el hacer, y el hacer está en el ser. Es claro que para poder contestar a esa pregunta va a ser necesario que cultive mi mente y mis emociones. Mi mente necesita conocimientos y reflexión para poder perfilar mi deseo. Necesito escuchar a mis emociones, no para que me guíen, pero sí para tomarlas en consideración, sean agradables o desagradables, sin juzgarme. Ese trabajo de mente y emoción es fundamental para que el conocimiento intuitivo de qué deseo emerja con mayor profundidad.
Resulta claro que si voy a ser yo mismo, haré mi voluntad, lo que yo quiera. Pero la voluntad no es simplemente lo que me apetece o la disciplina en nombre de la disciplina misma. Muchas veces, lo que creemos que es nuestra voluntad no son más que los mandatos del ego. Cuando trabajamos en nosotros mismos, trabajamos nuestra emoción y mente, entonces algo comienza a hablarnos desde nuestro interior, un yo, una voluntad profunda; si vivimos acorde a esta, entonces tendremos autoestima, autenticidad y sentido en nuestra vida.
Moralistas y dogmáticos, como es obvio, se les pararán las antenas ante un mensaje como este. En realidad, hacer la propia y verdadera voluntad profunda requiere sí un egoísmo, pero un egoísmo sano, que es el ejercicio de lo que uno considera más adecuado para uno; a diferencia del egoísmo insano, que es el del bully o el estafador. Un narcisista, por ejemplo, nunca es un egoísta sano, porque vive para ser admirado porabout:blank por los demás, le preocupa demasiado lo que piensen los otros de su persona, y eso es del ego, no de la voluntad profunda. Es más, una persona que vive acorde a su propia voluntad desarrolla más tolerancia con los otros, puesto que es más comprensiva consigo misma, y en ciertos casos, su voluntad hasta le puede llevar a una alegre y reconfortante generosidad, no basada en la obligación, sino en el auténtico deseo de compartir.
Vivimos en una época de carencia de sentido. Ya Nietzsche lo señalaba: el nihilismo, cuando todo pierde valor. La alienación, vivir con los estándares de la mirada ajena, se ha vuelto más terrible que nunca gracias a las redes sociales y el hambre por likes. Es momento de retornar a nuestro interior y conectar con nuestra verdadera voluntad; ese es el camino que sabios de diferentes ramas del conocimiento han recomendado desde tiempos inmemoriales, y sigue siendo hoy en día una verdad absoluta: vivir acorde a la voluntad profunda es el camino hacia la verdadera vida.
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