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La maldición de la idealización

Salvador Carrillo

@terapiacarrillo


La idealización es la tendencia a percibir las cosas como mejores de lo que realmente son, hasta el punto de ignorar defectos o costos, considerando nuestro objeto de deseo como un ideal perfecto. Quien idealiza sufre una distorsión que, inevitablemente, conducirá a profundas decepciones.

Idealizamos parejas, metas laborales, el dinero, amistades o familiares. Creemos que cuando una persona nos ame, cuando alcancemos cierto puesto o estatus, o cuando tengamos suficientes amigos o seres queridos, nuestra vida será plena: un paraíso. Sin embargo, como decía Antonio Escohotado, los paraísos son siempre artificiales, una fabricación que no se ajusta a la realidad.

En su angustia y búsqueda de sentido, los seres humanos crean dioses de cartón para alimentar sus esperanzas. La promesa de una gran recompensa sentimental, económica o de prestigio les permite soportar el sufrimiento emocional y las carencias de sus circunstancias. Por eso, es tan doloroso enfrentarse a la realidad cuando uno descubre que los sueños son solo eso: sueños. La realidad, imperfecta por naturaleza, nunca se adapta a nuestras fantasías.

Alfred Adler sostenía que creamos metas idealizadas para compensar nuestro sentimiento de inferioridad. Esto no implica que sea incorrecto tener aspiraciones o metas, pero debemos cuestionarnos si estas son realistas.

Los seres humanos tenemos múltiples necesidades. Quien idealiza cree erróneamente que una sola cosa puede satisfacerlas todas: piensa que una pareja sanará sus traumas y carencias, que el dinero llenará su soledad y baja autoestima, o que la fama curará las heridas de la humillación. Sin embargo, hay necesidades que solo se satisfacen al buscar ser, aceptando que nada nos completará por entero, pues nuestras carencias son diversas. Nadie es una sola cosa, y, por lo tanto, una sola cosa nunca nos llenará.

La mejor cura para la idealización es la autoaceptación. Ser uno mismo en lugar de perseguir un ideal o una posesión. En su obra ¿Ser o tener?, Erich Fromm señala que la vida cobra sentido y nos fortalecemos cuando buscamos ser nosotros mismos, en vez de perseguir estatus, afecto o prestigio. Para ser pintor, basta con pintar con constancia; ser pintor no es lo mismo que buscar el prestigio como artista. Para ser empresario, hay que construir una empresa; no es lo mismo que aspirar a ser millonario. Para cultivar la vida sentimental, basta con conocer personas sin prisas, dejando que las cosas fluyan de forma natural, en lugar de buscar una pareja como un sediento en el desierto. El ser está en el hacer, y el hacer en el ser. Para ser uno mismo, no hay que buscar llegar a ser ni obtener algo. Cuando cultivamos el hacer, los frutos llegan por sí solos. Cuando perseguimos los frutos y olvidamos el ser, estos se convierten en meras fantasías idealizadas.

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