Tus zonas tenebrosas
- Salvador Carrillo
- 14 abr
- 3 Min. de lectura
El miedo es un sentimiento natural sobre el cual existen muchos tabúes. Es una señal de que hay un peligro o algo para lo que debemos prepararnos. A veces, ese peligro hay que enfrentarlo o evitarlo; otras veces, el miedo indica la necesidad de examinar a fondo algún acontecimiento. El miedo, en sí mismo, no es malo: es solo un sentimiento. Lo dañino son las situaciones que nos hacen daño, no las emociones que nos alertan.
Hay situaciones en las que sentir miedo es natural, aunque no exista un peligro real. Por ejemplo, al dar un examen. Incluso podemos sentir miedo frente a una prueba en la que no hay nada en juego. En esos casos, solo queda una opción: hacer lo que hay que hacer, sintiendo el miedo. Permitir la presencia de la emoción.
Existen productos culturales que buscan generar miedo, y las personas los consumen con el deseo de sentirlo: películas, novelas, imágenes de terror. Muchos los marginan, catalogándolos de enfermizos o malévolos. Sin embargo, también forman parte de la cultura y poseen un potencial enriquecedor. El principal disfrute de los aficionados al terror es justamente exponerse al miedo sin consecuencias reales: relacionarse de forma amistosa con sus emociones más intensas.


Así como hay elementos atemorizantes en el mundo externo —peligrosos, desafiantes o incluso entretenidos, como los productos culturales—, también hay elementos internos que nos provocan miedo: partes de nuestra personalidad que no queremos ver, que negamos porque nos desagradan, nos perturban o nos hacen sentir extraños ante nosotros mismos. Y, por supuesto, nunca podremos conocernos por completo hasta que no integremos todas nuestras partes.
A muchas personas les sorprende saber que también soy creador de ficción de terror, así como de una obra pictórica llena de elementos oscuros. Esto puede parecer contradictorio, ya que soy psicólogo psicoterapeuta, conocido por la calidad de mi trabajo. Pero en realidad no hay contradicción: es profundamente congruente. La creación es un vehículo de autoconocimiento.
Recuerdo que hace años subí un dibujo de mi autoría a redes sociales —ni siquiera recuerdo cuál— y una persona que me seguía por mi rol de psicólogo comentó: “¿Por qué subes algo así, que da miedo? Mejor haz algo colorido y bonito, como un paisaje soleado”.
En mi experiencia como psicoterapeuta he descubierto que las personas más ansiosas o en conflicto con sus emociones tienden a tener baja tolerancia a todo aquello que despierte temor o desconcierto. Incluso pueden llegar a un dogmatismo emocional, deseando prohibir todo contenido que les genere sensaciones que no quieren experimentar.
En mi consultorio tengo un par de pinturas mías que son bastante simples: personas sentadas o de perfil, pero con una atmósfera oscura. Las coloco allí a modo de test. Muchas personas elogian esas imágenes, y eso me indica que probablemente no tienen tanto miedo de entrar en contacto con su mundo interior. En varios años, solo un puñado de personas ha expresado rechazo hacia esas obras, y suelen ser justamente quienes presentan mayor dificultad para la autocrítica y el reconocimiento emocional.


Las personas no se vuelven buenas o malas por mirar sus partes más oscuras. Es la falta de autoconocimiento y el rechazo a las emociones lo que lleva a la ignorancia y a la impulsividad. Analizar nuestras cóleras, resentimientos o incluso deseos negativos no nos hace peores, sino más capaces de administrarlos y elegir mejor cómo actuar. Nos hace recordar que somos humanos, como luz y sombra. La autoaceptación es imposible sin autorreconocimiento, y este exige abrirse a ver tanto lo que nos gusta como lo que nos disgusta de nosotros mismos, con compasión y comprensión.
Una persona está compuesta de muchas partes. La exploración de cada una de ellas es necesaria para integrar la personalidad. La creatividad artística, la reflexión y el contacto emocional son caminos para descubrir quiénes somos. Nunca alcanzaremos una autoestima auténtica ni una naturalidad profunda en el carácter si no nos atrevemos a ver aquello que no nos gusta de nosotros mismos, con apertura, sin juicio ni etiquetas.
Negar nuestro mundo interior no regula nuestra conducta; es el reconocimiento y la comprensión lo que nos permite vivir con mayor sensatez y ética. En cambio, quien niega lo que lleva dentro tiende a racionalizar todos sus impulsos y justificar todo lo que hace; no reconocer las propias sombras no significa que no estén allí. Así es como nacen quienes se creen santos por quemar brujas, o los abusadores que culpan a sus víctimas.
El autoconocimiento es un misterio insondable. Pero, mientras más nos conozcamos, más capaces seremos de comprender los errores ajenos, enmendar los propios y administrar mejor nuestra libertad.
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