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La medida del éxito

por Salvador Carrillo

El éxito no está en tu control. No está en control de nadie. El mega millonario Elon Musk, por ejemplo, a veces ve cómo explotan sus cohetes y enfrenta graves problemas familiares. Ni siquiera él está en control de todo. En realidad, solo tenemos control sobre lo que hacemos; fuera de eso, el éxito depende de demasiados factores externos.

Los romanos creían en la diosa Fortuna, a quien juzgaban de caprichosa. Se la simboliza como una mujer con los ojos cubiertos que sostiene una cornucopia llena de monedas de oro. Y es que, si la vida quiere, mañana mismo podrías conocer a un amigo que te recomendará para un trabajo donde te pagarán miles de dólares. O, si la vida quiere, podría ocurrir lo contrario: mañana tu jefe te informará sobre una reducción de personal y te quedarás sin sueldo.

Voltaire tenía razón cuando decía “cultiva tu huerto” al final de Cándido, consejo que significa que debes trabajar con disciplina en aquello de lo que luego quieras obtener frutos. Pero, así como llegan las heladas y las sequías, aunque es bueno que cultives tu huerto, esto no es garantía de nada: solo lo hace más probable.

En consideración a estas ideas, el éxito requiere enormes dosis de paciencia, desapego y constancia. Virtudes que no son fáciles de cultivar, pues exigen pasión, tiempo y esfuerzo. Un estoicismo que depende más de tu trabajo interior que de factores externos.

A veces, incluso nos preguntamos si es posible hacer algo para promover nuestra buena suerte. Y la respuesta es sí: el éxito requiere, por un lado, esfuerzo y, por otro, buena fortuna. Y la suerte, si es algo, es azarosa. No tenemos control sobre ella; de lo contrario, cualquiera que se lo propusiera sería millonario, y sabemos que no es así.

En la búsqueda de dichas virtudes que faciliten el camino hacia el éxito, puede ayudar diferenciar el criterio cuantitativo del cualitativo. El cuantitativo es puntual: ¿gané dinero?, ¿conseguí pareja?, ¿hice amigos?, ¿soy famoso? Es fácilmente medible y no toma en cuenta nada más. El cualitativo, en cambio, es más justo: ¿he trabajado en algo alineado con mis principios?, ¿he construido vínculos saludables?, ¿he mantenido mi dignidad en el proceso de conocer personas?, ¿he aportado algo positivo a la sociedad? Lo cuantitativo es frío y objetivo; lo cualitativo es más subjetivo y personal, ya que no solo mide el éxito, sino la calidad de lo logrado.

Muchas personas se enfocan solo en lo cuantitativo y desprecian lo cualitativo como algo menor. Así terminan en un trabajo que no les gusta, en una relación insana, haciendo cosas solo por ego, rodeándose de amistades superficiales o traicionando sus valores fundamentales. Al respecto, resulta interesante revisar la obra de Erich Fromm ¿Tener o ser?, donde propone la importancia de actuar en coherencia con nuestra esencia en vez de solo buscar poseer o alcanzar metas externas.

Nietzsche afirmaba que ningún costo es demasiado elevado por ser uno mismo. Esto significa que todo éxito que entra en conflicto con el aspecto cualitativo es, en realidad, un éxito perjudicial e incluso esclavizante, más que liberador. Reflexionar sobre la naturaleza del éxito con una mirada más amplia nos invita a replantearnos nuestras metas y la manera en que llevamos nuestros procesos.


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