La idealización de las metas
- Salvador Carrillo
- 4 may
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Salvador Carrillo
@terapiacarrillo
Alfred Adler señala, con razón, que nos ponemos metas idealizadas a la luz de nuestro sentido de inferioridad. Es decir, nuestros sueños exagerados de gloria no son otra cosa que fantasías de compensación: imaginaciones casi imposibles que, de lograrse, no serían lo que pensamos. Resulta interesante la antigua maldición judía: «Ojalá obtengas lo que deseas».
Una mujer que creció sin padre sueña de adulta con conocer a un gran hombre que la ame por completo, le resuelva todos los aspectos de su vida y le brinde el consuelo definitivo que le otorgue paz interior. Un hombre que siempre tuvo menos dinero que su entorno sueña con ser millonario e impresionar a todos con su colección de coches de lujo. Alguien que se siente ignorado imagina ser un cantante famoso al que una muchedumbre alaba.
Estos ejemplos, que si los juzgamos con poca empatía podrían calificarse de penosos, me parece, son la realidad de la mayoría de las personas: anhelamos lo que no tenemos y, peor aún, lo romantizamos. Toda pareja es imperfecta; hay unas mejores que otras, pero ninguna es ideal. Ser millonario es prácticamente imposible y, si lo logras, tendrás nuevos problemas y habrá gente que querrá aprovecharse de ti más que admirarte. Ser tan famoso como para que la muchedumbre se te lance depende más de la suerte que del talento y, de lograrse, el público es ingrato: el aplauso de hoy es el olvido de mañana, junto con la tortura de los paparazis, los agentes aprovechados y la presión por crear éxitos que siempre satisfagan a la mayoría.
Como suelo mencionar en mis escritos y videos, nuestro trabajo consiste en conectar con nuestro ser más profundo, nuestro verdadero ser, y descubrir nuestra voluntad profunda. Las metas idealizadas no son más que los cacareos del ego —siempre el ego— buscando tomar la centralidad de nuestra vida. En realidad, las metas idealizadas son un obstáculo para los logros, no su facilitador: generan más presión, hacen que nos concentremos más en el logro que en el proceso y afectan negativamente la autoestima en todo momento. El pintor que piensa en que su pintura se vuelva famosa pinta peor, no mejor, que el que pinta de verdad desde el corazón. El escritor que escribe una obra como regalo a la humanidad, y no por aplausos o premios, crea una obra más sincera. El emprendedor que ofrece un servicio o producto porque disfruta hacerlo, en vez de buscar la admiración de todos, tiene mayores posibilidades de llegar lejos. El buen empresario no es aquel al que le gusta el dinero por el dinero, sino el que disfruta hacer negocios.
Suelo recomendar que es mejor no tener metas, sino centrarse en los procesos. Pero, si por tu necesidad de certeza o miedo a la incertidumbre prefieres ponerte metas, pregúntate en todo momento: ¿cuál sería la versión realista, no idealizada, de esta meta?
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