Introducción a la teoría de la terapia psicológica
- Salvador Carrillo
- 13 ene
- 12 Min. de lectura
Introducción a la teoría de la terapia psicológica
Salvador Carrillo
2025
La teoría de la terapia psicológica es amplia y, sobre esta, no existe un consenso total. Aún persisten escuelas cerradas en sus propias perspectivas, que se enfrentan con otras corrientes. Sin embargo, estas disputas han comenzado a resolverse en parte gracias a las escuelas terapéuticas más modernas, que ofrecen perspectivas más integrativas y conciliadoras entre diferentes posturas.
Para esta breve lectura, he seleccionado solo cinco puntos que considero algunos de los más importantes para tener una idea básica de la teoría de la terapia psicológica. Estos puntos están basados en mi estudio de las diferentes escuelas terapéuticas, en la historia de la terapia psicológica, en los descubrimientos modernos en el campo de la psicología, y, por supuesto, en mi propia experiencia como terapeuta con muchos años de práctica.
Aconsejo al lector reflexionar sobre cómo se ve reflejado en los puntos señalados, considerar cómo podrían ser implementados en un proceso terapéutico, y además, experimentar con ellos en su vida diaria.
1: Estructura y variedades
Las personas tienden a demostrar un pensamiento demasiado estructurado. Tan estructurado que buscan evitar todo aquello que desconfirme dicha estructura. Es una estructura que no solo ordena las creencias, sino también las sensaciones. Esta estructura es jerárquica, como un árbol genealógico.
La estructura mental es necesaria para ordenarse; el problema surge cuando se trata de una estructura tan bien construida y sólida que niega toda información nueva. Entonces, la estructura se vuelve más importante que la experiencia. Esto genera un carácter evitativo, autoritario y, en última instancia, violento en contra de aquello que la contradiga.
El fenómeno de la evitación consiste en un “no querer ver”, “no sentir”, “no querer conocer”, porque esto trae desorden a la estructura. El árbol se busca mantener a toda costa. Y es que, cuando la estructura se ve amenazada, ello causa angustia, una sensación que desagrada.
Sostenemos ciertas creencias porque nos son funcionales: nos dan certidumbre, nos hacen sentir de cierta manera y nos sirven para tomar decisiones. Además, sostenemos ciertas sensaciones porque también nos son funcionales. Puede sonar extraño hablar de “sostener emociones”, pero, así como hay cadenas de creencias, hay cadenas de sensaciones que forman parte de la superestructura interna. Por ejemplo, cuando una persona va a tener sexo con alguien atractivo, tiene una cadena de creencias sobre cómo cree que debe sentirse: considera que al momento de llamar por teléfono debe sentirse de una manera determinada; luego, al encontrarse con esa persona, cree que debe experimentar cierta emoción específica; al cenar juntos cree que debe sentir otra emoción específica; y, más tarde, en el hotel, durante y después del coito, otras sensaciones específicas. Cuando en realidad, nunca nos sentimos como creemos que deberíamos sentirnos. Sensación y creencia van de la mano. No son lo mismo, pero se influyen mutuamente.
Nuestro árbol estructural determina cómo nos comportamos, y nuestras creencias influyen en cómo ordenamos dicho árbol. Por eso, una persona que busca conocerse a sí misma se detiene a observar cómo piensa y cómo se siente ante determinadas situaciones. Esto le permite conocer su propia organización interna.
Debido a que determinadas acciones y experiencias pueden cambiar la estructura interna, la persona que desea “cambiar”, es decir, avanzar hacia una estructura interna más funcional, debe lanzarse a vivenciar eventos que contradigan su estructura interior. Esto le generará angustia. Y sabemos que la angustia es un sentimiento que la mayoría busca evitar. De allí que es justo decir que quien viva evitando la angustia jamás crecerá como persona.
Los cambios estructurales de una persona no se dan solo una vez en la vida. No se trata únicamente de pasar de la niñez a la adolescencia y de la adolescencia a la adultez. Esas son abstracciones biológicas temporales. Una persona que se toma en serio su desarrollo personal enfrentará muchos cambios estructurales, quiera o no. Alguien puede lanzarse a vivenciar eventos a propósito para generar cambios, pero también enfrentará eventos inesperados y tendrá que aceptar que estos modifiquen su estructura interna. De allí que una persona que se niega a cambiar su estructura interna, a pesar de los eventos que la contradicen, no supera su trauma.
Somos poco conscientes de nuestra estructura interna. Conocer lo que pensamos y cómo nos sentimos es difícil. Se sabe más sobre descubrir nuestras creencias y cómo cambiarlas: basta con preguntar “¿Qué creo al respecto?”, reflexionar sobre ello y aprender nuevos conceptos. A veces, esto requiere escribir a diario sobre lo que pensamos para descubrir patrones de creencias más profundas. Sin embargo, menos se habla de la organización emocional.
En cuanto al orden emocional, se sabe que es importante escuchar las emociones, pero no se suele hablar de cuándo dejarnos llevar por ellas y cuándo no. Gracias a investigaciones modernas, sabemos que negar la emoción conduce a mayor angustia. La emoción es una sensación física, y aceptar la emoción implica aceptar su sensación física, lo que la hace más tolerable. Una persona con buena introspección emocional, en realidad, es alguien con una buena capacidad propioceptiva, capaz de identificar las sensaciones de su cuerpo. Sin embargo, reconocer las emociones no significa seguirlas ciegamente. Por ejemplo, alguien puede sentir miedo de dar un examen, pero, al reflexionar, entiende que es correcto presentarlo a pesar del miedo. Validar la emoción, en este caso, implica aceptar dar el examen sintiendo miedo, no evitarlo.
Las personas que tienden a pensar en exceso buscan extinguir su emoción a través del pensamiento. Como las creencias y las emociones están relacionadas, cambiar cómo pensamos puede influir en cómo nos sentimos. Sin embargo, aunque el pensamiento puede disminuir la intensidad de una emoción, no puede anularla o negarla del todo. Es común que las personas con problemas emocionales piensen en exceso para evitar sentir. En estos casos, lo adecuado no es pensar más, sino detenerse a sentir.
La batería de técnicas en terapia psicológica es enorme. Cada paciente es diferente: algunos necesitan mucho diálogo, otros solo ser escuchados, y otros requieren una combinación de análisis de creencias e introspección emocional, o una terapia centrada exclusivamente en la emoción. Esta variabilidad técnica hace que sea obtuso considerar que una terapia es mejor que otra o cerrarse tozudamente a una teoría. Un buen ejemplo es lo que ha sucedido con las disciplinas de lucha. Antes, existían el boxeo, el karate, el judo, entre otras. Sin embargo, el peleador definitivo de las artes marciales mixtas (MMA) combina un poco de todo: pelea de pie, en el piso, con llaves y golpes. Un buen terapeuta debe conocer a profundidad varias técnicas para lograr cambios clínicamente significativos en su cliente.
Por supuesto, la mejoría del cliente no depende únicamente del terapeuta. Lo usual es que un cliente tenga una sesión semanal, pero la verdadera mejoría está en cómo vive, cómo aplica lo aprendido en terapia. No es fácil ser cliente de terapia psicológica, pues, como hemos dicho, el proceso de cambio implica enfrentarse a la angustia. Estar en una sesión de terapia es angustiante, y las mejoras que el cliente logre en su vida también serán angustiantes. Además, alcanzar un nivel de introspección emocional y de creencias exige desarrollar conocimientos y cualidades como coraje, templanza y disciplina.
2. Rizoma y deseo
Inspirado en el concepto de “rizoma” de Deleuze, he estado reflexionando sobre ideas que considero útiles. En contraste con el pensamiento arbóreo, Deleuze habla del pensamiento rizomático, en el cual –según mi interpretación– hay elementos desordenados, de igual jerarquía, que se estructuran según la situación. (El rizoma es una raíz que crece horizontalmente, y no de forma vertical, como el césped o los tubérculos; a diferencia del árbol, que crece hacia arriba, del tronco surgen ramas, y de estas, hojas y frutos).
He estado dándole vueltas a este concepto de rizoma. Mirando videos en internet, encontré una entrevista con Michelle Lemy, empresaria del mundo de la moda. Ella cuenta que estudió derecho, fue bailarina de striptease, luego se dedicó a la moda y, paralelamente, abrió un restaurante. Más tarde, también puso un gimnasio de boxeo. Ya anciana, menciona que la persona que más admira es el rapero Snoop Dogg. Durante la entrevista, señala que en su juventud estudió con Deleuze y se describe a sí misma como un rizoma.
Lemy no ha sido una sola cosa, sino que ha cambiado radicalmente a lo largo de su vida. No sé si vivir de una manera tan extrema sea recomendable para todos. Me remito a William James, quien señala que todos tenemos un sistema nervioso distinto, lo que implica diferentes tipos de personalidad y, por ende, distintas formas recomendables de vivir la vida. Las madres que han tenido varios hijos pueden dar testimonio de ello: los bebés ya nacen con una personalidad propia, y cada hijo tiene que ser criado de una manera diferente.
Deleuze indica que el deseo es una fuerza creativa, una idea que toma, por supuesto, de Nietzsche. Me considero nietzscheano. En lugar de preguntar por qué deseamos lo que deseamos, pienso que debemos ver el deseo como una fuerza creativa que merece ser desarrollada de forma constructiva. En vez de tratar de vivir como Lemy, debo preguntarme: ¿qué deseo yo, momento a momento? ¿qué me llama? ¿cuál es la mejor manera de vivir para mí?
3. Deseo y ser uno mismo
Según Rick Rubin, el verdadero artista no crea para un público, sino para sí mismo. David Bowie afirma lo mismo. Nietzsche señala que debemos buscar llegar a ser quienes somos. Karen Horney, autora clave en la transición entre psicoanálisis y terapia cognitiva, indica que debemos soltar los dogmas sociales para encontrar nuestro verdadero ser.
Es evidente que la vida pierde todo sentido si buscamos vivir para cumplir lo que otros, o la sociedad en general, esperan de nosotros. También está claro que me construyo a mí mismo siendo auténtico. Pero, ¿quién soy? No puedo hacer todo lo que se me ocurre, ni tampoco soy mis emociones. Si tengo ira, eso no implica que deba gritar. Incluso puedo sentir culpa por algo que no es malo. Entonces, ¿dónde radica el ser del "ser yo mismo"? En el deseo. Del deseo viene la potencia del ser. De allí que una persona desconectada de su deseo sea una persona impotente.
Las emociones son sensaciones corporales; reflejan cómo nos sentimos respecto a algo. Toda emoción está acompañada de un pensamiento correspondiente. En el cuerpo, también emerge un tipo de emoción especial: la pulsión. Siento una pulsión hacia algo y debo pensar cómo satisfacerla.
La personalidad inmadura busca satisfacer toda pulsión de manera cortoplacista, con placeres inmediatos: comer muchos chocolates, caer en el onanismo interminable, golpear a cualquiera que se cruce. En cambio, la personalidad madura busca formas superiores de canalizar el deseo. El comedor compulsivo de chocolates puede transformarse en chef especializado en postres. El onanista puede volverse pintor erótico. El golpeador compulsivo puede convertirse en karateka. Buscar maneras superiores de satisfacer el deseo obliga a la persona a complejizarse.
Aunque hablo de deseo, no defiendo el hedonismo primitivo. Es evidente que desarrollar el deseo de manera compleja requiere una mayor tolerancia a la frustración. Por ejemplo, quien tiene una tendencia natural a discutir puede convertirse en abogado, pero estudiar derecho es difícil y conlleva pasar por muchos sinsabores para graduarse y luego conseguir clientes.La vida no es un jardín de rosas; vivir implica frustrarse. Incluso al ir a comprar galletas, nos frustramos si no hay del sabor que queríamos. La gente, el mundo y nosotros mismos nunca somos como esperábamos. Todo es imperfecto; lo perfecto solo existe en nuestra fantasía. Sin embargo, quien no se quiere frustrar no puede vivir ni desarrollar una identidad sólida.
Entonces, ¿en qué consiste el ser del "ser uno mismo"? En el desarrollo del deseo. ¿Y qué implica el desarrollo del deseo? Acción. Se ha dicho que el ser humano es pensamiento, emoción y conducta. Las creencias pueden cambiarse, las emociones deben escucharse, pero no dirigirnos, y la conducta puede ser impulsiva o decidida. El desarrollo del deseo requiere escucha emocional y reflexión para generar una conducta decidida.
4. Normalidades
Recuerdo cuando estudiaba psicología en la universidad, una compañera afirmó en clase que una persona sana mentalmente es aquella que tiene muchos amigos. Es evidente su error. Fruto de su ingenuidad, confundía popularidad con salud mental. No hay una forma definida de cómo es una persona mentalmente sana. Tanto el ama de casa, el rockero punk, el bailarín drag o el empresario pueden estar, cada uno a su manera, sanos o insanos mentalmente.
La visión moderna establece que una persona sana mentalmente es la funcional. Es decir, maneja bien sus emociones, no es una amenaza para la sociedad, puede relacionarse de manera positiva y es capaz de desarrollar una vida propia. Dado que todos somos diferentes, es imposible que las personas mentalmente sanas sean idénticas entre sí.
Muchos terapeutas caen en el error de creer que saben exactamente cómo debe ser una persona con buena salud mental. Pero no es lo mismo la falta de ética que la mala salud mental. No es lo mismo llevar una vida polémica que estar mentalmente enfermo. Tampoco es lo mismo ser raro que estar perturbado, o ser desagradable que estar emocionalmente inestable.
Existe un listado de enfermedades mentales que todo terapeuta debe estudiar. Aunque no deben interpretarse de manera dogmática, son una guía indispensable. La psicopatología es un conjunto de pensamientos, emociones o comportamientos que son contraproducentes. Es imposible ser narcisista y tener una buena estabilidad emocional, y más aún si se padece esquizofrenia.
¿Las psicopatologías se curan? Muchos trastornos emocionales sí tienen cura. Los trastornos mentales como la psicosis pueden curarse en algunos casos. Los trastornos de personalidad pueden mejorar o hacerse más llevaderos. Para lograr cualquier mejoría es fundamental que la persona crezca hacia lo que le es propio, no hacia un estándar dogmático de lo que se supone que "debería" ser.
5. Egoísmo sano
Ayn Rand dice que, para decir "yo te amo", primero hay que aprender a decir "yo". En una entrevista, Fernando Sánchez Dragó señaló que el "yo" es lo opuesto al ego. En el mismo sentido, Albert Ellis destaca que es importante ponerse uno mismo siempre en el primer lugar; a los otros se les puede poner en el lugar 1.5, pero uno siempre debe ser la prioridad para sí mismo.
El egoísmo tiene mala publicidad, pero se confunde el egoísmo sano con el insano. El egoísmo sano consiste en centrarse en el propio crecimiento, cultivar la salud personal y llevar una vida satisfactoria. En cambio, el egoísmo insano implica aprovecharse de los demás de manera psicopática. El cultivo del egoísmo sano implica que, a veces, tendremos que tomar decisiones en las que los otros puedan sentirse mal porque no cumplimos sus expectativas. Sin embargo, no cumplir con las expectativas de los demás no es lo mismo que ir en contra de sus derechos como seres humanos. Existe una responsabilidad hacia los demás, pero la primera responsabilidad es con uno mismo. Si no sé cómo contentarme a mí mismo, ¿cómo podré contentar a los otros?
El cultivo del egoísmo sano es más difícil de lo que parece, ya que implica detenerse a preguntar: ¿Qué deseo? ¿Qué me conviene? ¿Con qué personas quiero rodearme y a cuáles debo evitar? Asimismo, implica el desafío de cuestionar ansias y dogmas que se nos han inculcado. Si se reflexiona profundamente sobre el egoísmo sano, en realidad es un llamado a volverse responsable de uno mismo. Reconocer que la verdadera satisfacción y el desarrollo complejo de los deseos exigen asumir la responsabilidad que conlleva la propia libertad.
A menudo les digo a mis clientes que, al final, la terapia se trata de aceptarse a sí mismos y buscar disfrutar de su vida. Algo tan aparentemente simple es de una complejidad elevada, pues implica, ante todo, soltar la idea de que deben llegar a ser algo determinado o alcanzar cierto estándar para sentirse suficientes. También exige aceptar que otros no los acepten, dejar de lado la necesidad de justificar su propia existencia y cultivar el egoísmo sano con todos sus desafíos.
Es raro que una persona que realmente se acepta a sí misma maltrate deliberadamente a los demás. También es poco común que alguien que busca vivir de manera constructiva y plena sea absorbido por vicios. Además, es infrecuente que una persona que sigue un criterio de egoísmo sano en su sentido más elevado pierda el tiempo en relaciones inútiles llenas de dramas inmaduros.
Cierre
Toda persona tiene una estructura interna con la cual organiza sus creencias y sensaciones. Cuando esta estructura se vuelve demasiado rígida, pierde la capacidad de adaptarse a las novedades y, en lugar de ayudar, termina causando daño. Uno de los principales motivos por los cuales una estructura interna se torna rígida es el miedo a la incertidumbre. La rigidez ofrece una ilusión de fortaleza, mientras que la incertidumbre genera angustia.
Una forma más elevada de estructurar el mundo interior es que este funcione como un rizoma: un conjunto de conocimientos que no se encuentra sometido a una estructura fija, sino que se adapta conforme las situaciones lo requieran. Esta adaptación debe realizarse bajo un criterio, y ese criterio es el del deseo. El deseo, entendido en su forma más compleja y no como una mera apetencia caprichosa, implica un despliegue creativo que exige tolerar frustraciones, desarrollar habilidades y asumir la responsabilidad de uno mismo.
De allí que sea fundamental para el crecimiento personal cultivar el egoísmo sano. Este se centra en priorizarse a uno mismo, atender las propias necesidades y desplegar la libertad. Se trata de una actitud opuesta al egoísmo insano, que se caracteriza por buscar el beneficio propio a expensas de los demás.
El crecimiento hacia una mayor salud mental es un proceso difícil que implica una exigencia intelectual y emocional tanto para el cliente como para el terapeuta. Por eso, este avance es gradual, con progresos y retrocesos. Es importante recordar que no existe una manera específica en la que alguien deba ser. Una persona mentalmente sana es aquella que resulta funcional, que puede desarrollar su vida y que actúa en congruencia con su propio ser. Dado que todas las personas son diferentes entre sí, esta sanidad será alcanzada de maneras distintas para cada individuo.
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